Revés de la masculinidad

Una aproximación psicoanalítica a la construcción subjetiva de lo masculino

  • La construcción subjetiva de lo masculino, tanto para los hombres como para las mujeres,

    ... lo que encubre, sus discontinuidades y ambigüedades, su complejidad y sus carencias como formulación acerca del ser. Tras la pretendida naturalidad de una supuesta esencia masculina están las brechas entre las realidades subjetivas y los estereotipos culturales, las cuales se traducen en tensión, desencuentro, conflicto, vacío existencial y patología. Abordamos el revés de la masculinidad, entendido como su reverso y también como su fracaso.
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Ganar la libertad de renunciar

Posted by Antonio Pignatiello Megliola en junio 25, 2013

Watanabe Shotei, Botes en la niebla

Hay hombres que quieren sacar de sus vidas la violencia porque perciben sus consecuencias en ellos mismos y en quienes les rodean. No son pocos, son muchos más de lo que se piensa, pero esa aspiración algunos la viven como un deseo que no se atreven a decir en voz alta, otros piensan que sería bonito pero no creen que se pueda realizar, otros ven la violencia como algo inevitable en la lucha por la sobrevivencia. Al final del cuento terminan asumiendo que es algo de lo que no se puede escapar, que sería cobarde evitarla y que tarde o temprano no queda más remedio que recurrir a la violencia en las relaciones con las mujeres, con otros hombres, con los hijos, los compañeros de trabajo, la gente que se cruza  en la calle o la que acude a un centro de estudios. ¡Hemos escuchado tantas veces el falso realismo de quienes se conforman con pensar que sería bonito vivir sin violencia pero eso es imposible!

Venimos de historias sociales y subjetivas en las que ha imperado la imagen de hombres poderosos llamados a usar la violencia contra alguna expresión del mal, para salvarnos de enemigos temibles o para llevarnos a un porvenir de luminosa felicidad. Esa tradición nos presenta la violencia como algo necesario, un camino inevitable, un deber y un derecho asignados a los varones. Eso nos lleva a creer que los hombres que rechazan la violencia están faltando a una obligación o son cobardes.

Desde la infancia mujeres y hombres nos hemos sometido al axioma de que masculinidad y violencia son cosas indisociables. Para salir de esta trampa hace falta emprender cambios en la manera de relacionarnos, el modo de vida, la imagen que tenemos de los otros, la forma en que procesamos nuestras emociones y lo que hacemos con nuestras angustias recónditas. Es decir, no se trata de parar la violencia con más violencia, sino ocuparnos del entramado social y subjetivo que la produce.

Heracles contra el leon de NemeaNos engañamos suponiendo que dentro del ser masculino la violencia es innata, inevitable, intrínseca e indispensable. Asumimos que es innata, es decir que quien viene al mundo con pene y testículos entre las piernas nace con inclinación a la violencia. Esta ilusión nos coloca inermes ante una realidad que se presenta oscura y sin escapatoria, algo que está ahí y no se puede cambiar. Muchos hombres imaginan que dejar la violencia sería como una castración.

Cuando la suponemos inevitable entramos en el fatalismo y creemos que no ser violento es malo y contrario a la naturaleza,  de modo que el que no es violento es mal hombre o falla en su deber de hacerse respetar. En el fondo esto es estar sometido a un código moral que impone un “debes ser violento o de lo contrario serás castigado”.

Creer que por ser varón la violencia es intrínseca al individuo nos lleva a ignorar que ésta se hace entre muchos, que va más allá de vivir un momento de ira. La violencia la tejemos en muchas acciones cotidianas, roles, identidades y relaciones  de poder. Por eso no basta con decir “yo no soy violento” y desentenderse de lo que pasa alrededor.

Con mucha frecuencia promovemos la violencia porque la consideramos necesaria para sobrevivir, esto lo podemos encontrar en ámbitos tan dispares como la actividad política, el medio escolar, la calle o la relación de pareja. En cualquiera de esos ámbitos encontramos Pignatiello, Sara (2011) justificaciones para usar armas físicas, verbales o psicológicas para defendernos de supuestos peligros para nuestra integridad. Pero en verdad, lo que estamos protegiendo no es más que el narcisismo de nuestro ego inflado y su arrogancia fálica, lo que intentamos salvar no es la vida sino una pose, una cuota de poder, una máscara de prepotencia que confundimos con respeto y seguridad, aunque detrás de ella vivimos llenos de miedo. Nos hacemos partícipes de un malentendido que confunde sobrevivir con dominar, imponerse y eliminar al otro.

Nos aferramos a la supuesta necesidad de la violencia frente a una realidad que imaginamos amenazante, pero en el fondo es que hemos aprendido a vivir así para acallar las angustias que pudiera despertar el no obedecer a ciertos mandatos impuestos por la cultura a través de la familia, de papá o mamá, del tío, el primo, los amigos o los líderes políticos. Para no quedar mal frente a esos mandatos, nos comportarnos como mandan los poderosos, nos amoldamos a un falso ser.

Cuando asumimos la violencia como algo inevitable y cotidiano entramos en un campo de batalla en el que no hay límite para las pulsiones destructivas. Sometemos nuestra existencia a la mentalidad del guerrero que en la acción bélica sólo actúa, no piensa, no siente, tiene permiso para cualquier cosa que sirva para destruir al enemigo. La batalla es innecesaria y absurda pero nos aferramos a ella porque aporta oscuras satisfacciones. Nos atrincheramos en el ego de un guerrero que defiende un territorio. Aunque creemos estar ganando respeto sólo producimos distancia, exclusión, abandono, rechazo, miedo y odio. El supuesto respeto que se gana  siendo irascible y explosivo es sólo una quebradiza cubierta de un ser raquítico en lo emocional, en la valoración de sí mismo o en la capacidad para establecer vínculos humanos.

Oswaldo Guayasamín (1968) La edad de la iraPensamos o sentimos con el puño cerrado, los dientes apretados y el ceño fruncido, tanta tensión del cuerpo deja pasar escasas ideas y emociones. Hemos aprendido a ver, pensar y actuar frente a cualquier dificultad haciendo uso de la rabia. Tal vez cada uno se ve a sí mismo como un ser deseoso de amar y dar amor, pero ante la mínima dificultad, frustración o conflicto nos volvemos esclavos de la rabia y vemos al otro como un enemigo, como una amenaza que tratamos de eliminar. La rabia es una emoción más, en sí no es buena ni mala, pero se producen serias distorsiones cuando la convertimos en el único color que aplicamos a nuestras vivencias. Si hay miedo lo disfrazamos con rabia, si hay tristeza la convertimos en rabia, si hay soledad manifestamos rabia hacia el mundo. Esto no es natural, pero hemos aprendido a vivir así.

En nuestra mente estamos apegados a la fascinación y la autocomplacencia que aportan fantasías violentas. Nos regodeamos en fantasear cómo destruir, hacer daño o causar muerte. Esto nos hace tributarios de una cultura de la violencia que envuelve a la guerra de una fascinante hermosura. Nuestras fantasías han sido moldeadas por relatos épicos que nos dicen que la guerra es un evento cargado de belleza donde se exhiben las mejores dotes viriles1. Una belleza que la convierte en evento sublime, hermosa gesta en la que hombres comunes se elevan a la condición de héroes. Ese velo, que encubre muerte y destrucción sin límites, muestra imágenes sublimes que se yerguen sobre cadáveres y desolación2.

Esta fascinación con la guerra va más allá de la contemplación cinematográfica de imágenes bélicas, la llevamos a la vida cotidiana y se convierte en un drama que protagonizamos en la familia, la escuela, la calle o las instituciones políticas. Para vivir tan sublime drama necesitamos inventar enemigos, éstos pueden ser hombres rivales, mujeres o cualquier persona que tenga otra orientación sexual, creencia religiosa o afinidad política.

Prescindir de la violencia no consiste en emprender un nuevo enfrentamiento, realizar un Watanabe Shoteiesfuerzo prodigioso o una tarea hercúlea frente a fuerzas sobrehumanas o monstruos que habitan en las profundidades. Hemos tenido ya demasiados héroes. Oponer una fuerza a otra no es lo que ayuda a detener la violencia, sino pasar a la práctica de soltar, desprenderse y dejar ir.

Parar la violencia no es una tarea simple pero es más sencillo de lo que se piensa. No se trata de imponerse apretadas ataduras para contener supuestos impulsos indomables, sino de separarse de cargas, soltar tensiones, abrir lo que está cerrado, dejar caer certidumbres que paralizan. En lugar de constreñirse más, ganar la libertad de renunciar a muchos supuestos, creencias y fantasías que moran en el inconsciente. Encontrar bienestar al desprenderse de hábitos que se repiten sin sentido y disfraces de virilidad que degradan la condición masculina.

Si soltamos el ansioso apego por la violencia nos abrimos al encuentro con los valores éticos y estéticos de una vida más apacible, y dejamos fluir nuestras acciones en la construcción de vínculos amorosos entre seres humanos.

Hay hombres que trabajan por la paz, son muchos, más de lo que se piensa, pero usualmente son invisibles porque no buscan hacerse notorios ni ganar poder.

Notas:

1.- Sobre este aspecto de la guerra ha escrito Alessandro Baricco en un ensayo titulado “Otra belleza, apostilla sobre la guerra” que es epílogo de su “Omero, Ilíada”.

2.- Al respecto invito a leer también “Un terrible amor por la guerra” de James Hillman.

16 respuestas to “Ganar la libertad de renunciar”

  1. Maricela said

    Excelente y motivador. Saludos!

  2. Franklin said

    Recordé una frase de Antonioni en la cual decía que a pesar de tantos siglos de la Ilíada a nuestros días, no habíamos evolucionado, éramos idénticos a los personajes de Homero. Yo no estoy totalmente de acuerdo con el gran cineasta. No sólo el cristianismo, sino las religiones en general ( no me atrevo a opinar sobre el Islam) han sido un contrapeso, no siempre eficaz, pero sí presente, a la violencia que el homo sapiens debió ejercer para aparecer y sobrevivir. Habría que añadir, por supuesto, toda la reflexión (hablo de Occidente) que supone la Ilustración con sus corolarios como el psicoanálisis. Pero suscribo totalmente la afirmación de André Malraux: «El siglo XXI será espiritual o no será en absoluto».

    • Gracias por tu comentario, concuerdo contigo en que la evolución cultural ha creado contrapesos, pero así mismo crea nuevas condiciones para la violencia. Hemos evolucionado, no somos idénticos a los personajes de Homero, pero ellos viven en el inconsciente, moran dentro de nuestras fantasías, a veces vemos aquellos héroes encarnar por ejemplo, en jóvenes embarcados en la violencia delincuencial y carcelaria. En cuanto a las religiones, en especial las monoteístas, me parece que han cumplido un rol al menos ambiguo, pueden ser un contrapeso, pero también en ellas hay concepciones del mundo y del otro que inducen y legitiman la violencia. En ese sentido entre las religiones hay que incluir a las ideologías políticas que prometen futuros luminosos cuando todo el mundo se pliegue a ellas, la fe del militante da permiso para infinitos abusos y barbaridades.

  3. Sandra said

    Debe haber una necesidad de cambio que parta de la persona agresiva. Que desee cambiar porque esta causándole daño a personas que ama y que a la larga, estas personas, terminan cansándose de su comportamiento.
    Los que viven siempre en tensión, que sienten que todo el mundo está en su contra, terminan solos e infelices porque nadie quiere vivir con seres así. Siempre tienen la razón, no hay forma de hablar, discutir, intercambiar ideas con ellos, porque siempre quieren terminar peleando.
    Nunca he conocido a alguien con este temperamento que haya cambiado su manera de comportarse. A menos que le haya dado Alzheimer o se volviera loco.
    Cuando se perdona a la pareja constantemente, por sus agresiones, se vuelve imposible el cambio del agresor.
    Gracias Antonio, saludos!

    • Gracias Sandra por tu comentario. Concuerdo contigo en la primera parte, pero ten en cuenta que el cambio es posible siempre, todo ser humano puede cambiar, a veces el cambio llega a pesar de la resistencia al mismo. Cada persona tiene su tiempo y su momento. En mi trabajo procuro mantener esa perspectiva, es parte de la confianza que se le otorga a toda persona que busca ayuda. Saludos

  4. Yoleida Prieto said

    Buenas Noches Antonio. Mil gracias por ese excelente artículo.

    Definitivamente el título de tu artículo es tan significativo “Ganar la libertad de renunciar”, las implicaciones del poder surge a semejanza de una amarra necesaria para ejercer el dominio con violencia, es una amarra que se ajusta a la medida de las autoridades que nos modelan constantemente con acciones que generan división, rabia y todos esos sentimientos destructivos, los hemos aprendido y se ajustan a nuestra conducta porque les reflejamos con propósitos, (venganza, odio, resentimiento). El mundo al “revés “, como tú dices el “revés” de la masculinidad.

    “Si soltamos el ansioso apego por la violencia nos abrimos al encuentro con los valores éticos y estéticos de una vida más apacible, y dejamos fluir nuestras acciones en la construcción de vínculos amorosos entre seres humanos.

    Hay hombres que trabajan por la paz, son muchos, más de lo que se piensa, pero usualmente son invisibles porque no buscan hacerse notorios ni ganar poder”.

    Hay que invitar a renunciar los viejos hábitos de violencia y aprender una nueva forma de vida plena, que tu defines “apacible”, con vínculos de amor en el contexto de valores de convivencia en un ambiente que permita el reflejo cual espejo de una relación humana que fomente la cultura de paz.

    Que bueno tener la oportunidad de leer tus artículos.

    PAZ.

  5. Muy bueno. Muy claro. El hombre, podría decirse, nace con las armas en las manos. Buda las arrojó y ensenó a muchos a prescindir de ellas. La verdadera batalla se libra contra el “ego”. Al no haber “ego”, no hay violencia. La rabia, celos, odio, etc. son todas formas violentas que expresan el desorden mental de un ego sin recato. El Zen te conduce al abandono del ego. Por eso el Zen es pacificador. Mente en equilibrio, mente sosegada. Gassho, Sensei Paul Quintero.

    • Gracias Sensei Paul por tu comentario, es un oportuno aporte en este espacio. Concuerdo contigo en lo que planteas. Este artículo fue escrito en la vía del Zen, por eso enfatiza en soltar el ansioso apego por la violencia, tal como lo enseña la experiencia en zazen. Ese Buda que arrojó las armas para prescindir de ellas vive en cada hombre y cada mujer, pude comprobarlo una vez más el jueves y viernes pasados que andaba «fuera de los arrozales» en San Cristóbal y Guasdualito, trabajando sobre masculinidad y violencia con funcionarios de instituciones que reciben denuncias de violencia basada en género. Se dieron diálogos en los que los participantes abandonaron máscaras e imposturas para introducirse con sabiduría compasiva en una visión del sufrimiento oculto tras los modelos de masculinidad impuestos en nuestra cultura, para iniciar una apertura a las vías de la paz. Admiro particularmente a muchos funcionarios policiales y militares que, si bien era la primera vez que oían hablar de estos temas, participaron con apertura para desprenderse de armaduras y emprender cambios en sus prácticas profesionales y personales. Todos lo que ahí estuvimos nos despedimos al finalizar la actividad con el compromiso de volver a encontrarnos para continuar un trabajo que tiene especial relieve en un territorio asolado por «boliches» y «elenos» enfrascados en una guerra que sólo sirve para inflar los egos de algunos gallos. Mientras estaba por allá tenía muy presente tu frase acerca del caminar fuera de los campos cultivados, ahí está el camino del Zen. Gassho.

  6. Rick Salazar said

    Primero que nada muchas gracias al autor, Exelente lectura hasta cierto punto obligada para mi; al leer básicamente estaba leyendo mi historia de vida desafortunadamente hacemos la violencia parte de nuestra vida cotidiana como herramienta de supervivencia y se nos hace imprescindible. Con una doctrina de violencia tan arraigada como podemos de forma efectiva llegar a una acción transformadora que permita cambios tangentes en mi? Que luego puedan ser también transferidos (los beneficios) a mi familia y otros? Gracias.

  7. […] los temas abordados en anteriores publicaciones del blog como Ocultos detrás de la ira y Ganar la libertad de renunciar. Puede ser un recurso útil para promover la reflexión,  sustentar investigaciones y concebir […]

  8. […] algo más de dos años, a propósito del artículo Ganar la libertad de renunciar, mi amigo Gabriel Padilla me envió desde Bogotá estas […]

  9. Daniel said

    por eso perdi a mi familia fui violento de manera verbal y psicologica, ahora estoy comprendiendo

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