Revés de la masculinidad

Una aproximación psicoanalítica a la construcción subjetiva de lo masculino

  • La construcción subjetiva de lo masculino, tanto para los hombres como para las mujeres,

    ... lo que encubre, sus discontinuidades y ambigüedades, su complejidad y sus carencias como formulación acerca del ser. Tras la pretendida naturalidad de una supuesta esencia masculina están las brechas entre las realidades subjetivas y los estereotipos culturales, las cuales se traducen en tensión, desencuentro, conflicto, vacío existencial y patología. Abordamos el revés de la masculinidad, entendido como su reverso y también como su fracaso.
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Ese oscuro objeto

Posted by Antonio Pignatiello Megliola en septiembre 24, 2012

Son las cinco de la tarde en un barrio de Caracas, un joven sale de su casa y se dirige hacia esa esquina cercana en la que se reúne con sus compañeros de banda, mientras camina le complace sentir el peso de la pistola que carga oculta. No muy lejos de ahí, en la vía rápida, un padre de familia conduce irritado por el tráfico que no lo deja ir a toda velocidad en su potente vehículo. Este mismo hombre al llegar a casa ve desorden y desajuste por todos lados, se molesta, grita, le reclama a su mujer. Por su parte, uno de sus hijos, un adolescente de dieciséis años está en el cuarto molesto y discutiendo con la novia por teléfono, le reclama y la insulta cuando ésta le reitera que aún no quiere tener relaciones sexuales. Al hermano menor de esta muchacha le va mal en la escuela donde cursa quinto grado, lleva muy malas calificaciones y tiene problemas con las normas, él siente que en la escuela todos quieren mandarle y él no se va dejar, mucho menos de esa profesora que la tiene cogida con él. Esta profesora tiene un hermano que atraviesa una crisis con su esposa desde hace un año, a raíz de que ella empezó a trabajar y gana un sueldo que es casi el doble de lo que él gana, está angustiado e irritable, pero siente alivio cuando se reúne con sus amigos y sale a beber. En su trabajo este hombre tiene un jefe que dirige al personal dando gritos, humilla a los subalternos e insulta a cualquiera que exprese un desacuerdo, para éste el trabajo es su vida y también la fuente de ingresos con los que le gusta complacer a su esposa y sus hijos.

La costura que une todas estas historias está hecha de un hilo especial para atuendo de caballeros. Este hilo es el poder y con él se cosen experiencias de vida, costumbres, vivencias subjetivas y conductas con las que se hacen los hombres, en el marco de referentes culturales y relaciones sociales que instituyen posiciones de superioridad jerárquica, dominio y control de ellos sobre las mujeres. Este orden socio cultural basado en la hegemonía masculina atraviesa todos los aspectos de la vida humana, sustenta creencias y prácticas cotidianas en las cuales ser hombre y ser el que manda se presenta como un binario indisoluble. De acuerdo a esta masculinidad patriarcal, ser hombre es mandar en la familia, la sexualidad, la pareja, la producción y administración de bienes, el uso de la violencia. Es de hombres el dominio de las armas, del conocimiento, de la tecnología y de la conexión con la divinidad, pero no sólo eso, ser hombre es ser la imagen de Dios todopoderoso.

En muchos países esta hegemonía ha sido cuestionada, los imperativos patriarcales se han puesto en entredicho y se han logrado cambios sociales, culturales y políticos que han eliminado desigualdades. Sin embargo para muchas personas e instituciones sigue imperando la premisa según la cual lo normal es el dominio de los hombres sobre las mujeres, así como mucha gente siente alguna nostalgia de aquellos tiempos en que los hombres sí llevaban los pantalones y hacían valer su autoridad.

La asociación entre masculinidad y poder se mantiene viva en las subjetividades de hombres y mujeres, no como una ideología, sino como parte de procesos y estructuras inconscientes que se manifiestan en la vida cotidiana de los individuos. Así podemos empezar a comprender, por ejemplo, cómo es posible que parejas muy jóvenes repitan modelos machistas anacrónicos, o la fascinación que sienten muchas personas ante un-hombre-de-mando que abusa del poder sin límites ni pudor.

Donde hay hegemonía masculina podemos encontrar pactos de silencio y tabúes que la protegen. Hace falta perder el miedo y empezar a preguntarse ¿cómo se produce ese poder? ¿Cómo actúa? ¿Qué mecanismos usa para perpetuarse? Atreverse a poner en entredicho la idea de que el poder es algo que tienen los hombres como parte de su naturaleza. Sin darnos cuenta, damos por sentado que el poder es un atributo de los hombres, como si eso se llevara en las hormonas, los testículos, la estructura corporal, la cantidad de vello o en la nuez de Adán.

El poder no es un recurso natural acumulado en ciertas personas, grupos o instituciones, tampoco algo que baja de los cielos para que unos elegidos lo detenten. Es una producción social, es resultado de un tejido de relaciones en todos los ámbitos de la vida humana. Consiste en acciones que deciden la conducta de otros, existe siempre en el contexto de relaciones sociales e intersubjetivas y no como algo que se tiene o se acumula. Se suele decir, por ejemplo, que el dinero o las armas dan poder, pero el poder no está en esos objetos sino en las relaciones donde alguien hace uso de ellos para imponer a otros sus decisiones.

Las mujeres que han salido de relaciones con parejas violentas muestran por qué es importante dejar de creer en el poder como algo propio de la naturaleza masculina. En estos casos la mujer está consciente de que la pareja hace uso de mecanismos para dominarla, pero a la vez piensa que ese poder vino en el paquete de ese hombre, que le tocó así, que es por el carácter que tiene, porque es más astuto que ella o porque la ama intensamente. La mujer comienza a dejar de estar atrapada en el maltrato cuando cae en cuenta de que ese poder no es tan natural ni tan normal, que es ficticio en buena parte, que surge de una forma de relación y que ella sin saberlo ha contribuido a crear la imagen de un ser temible y todopoderoso. Cuando esto ocurre, la mujer se ubica de otra manera ante el maltrato y el agresor empieza a llevarse sorpresas porque ya no encuentra a la víctima que doblegaba.

En la subjetividad de los hombres la relación con el poder no surge de manera espontánea, es resultado de la manera como cada uno incorpora ideales, formas de relación y rituales patriarcales. Para ser hombre hay que demostrar poder, este mandato está presente en la vida de los varones desde la infancia, así como la angustia asociada a lo que podría pasar si no se cumple con él. Hacerse hombre bajo esas premisas conduce a padecer de una hipertrofia de todo lo asociado con la búsqueda, manejo y sostenimiento del poder, que genera tensión, sufrimiento y daños para sí mismo y para los otros. El poder se convierte así en un objeto imaginario para ser poseído, arrebatado o cuidado como un tesoro fálico que se teme perder. Atrapado en esa dinámica el sujeto puede llegar al punto de no ser capaz de relacionarse con los otros sin la mediación de ese objeto.

Cuando el poder se convierte en objeto que rige el mundo psíquico se vive en una pose narcisista, se carga el peso de una máscara que encubre la vulnerabilidad, las carencias y la necesidad recibir ayuda de otros. Detrás de rasgos de arrogancia se esconden seres que dependen de ilusiones ligadas al poder para sostener su autoestima, que viven temerosos de ser menos si no aparentan tener algún poder, así sea éste espurio, ilusorio, abusivo o delictivo. En el fondo esta es una posición de sumisión infantil a una amenaza imaginaria de castigo para quien no cumpla el mandato. Hay también los que se sienten poderosos porque en su realidad psíquica se han identificado con alguna figura encumbrada. Hay otros que se satisfacen mentalmente fantaseando situaciones de dominio sobre otros.

Un hombre que basa su existencia en dualidades como poderoso-vulnerable, dominante-sometido o superior-inferior, se mortifica pensando que no tener poder es estar castrado, angustiado se aferra a cuotas de poder con la pareja, los hijos, los alumnos, en las relaciones laborales, la práctica religiosa o las funciones gubernamentales. En ciertos casos, para tener poder el sujeto se apropia de una persona, un grupo, una institución o una comunidad a la cual tiene sometida, atemorizada y humillada. Dinámicas de este tipo son parte de los procesos que producen violencia intrafamiliar, escolar, política, delincuencial o carcelaria.

En las relaciones de los varones con el poder también hay conflictos, rechazo y sufrimiento. En todos los hombres encontramos brechas entre los ideales de dominio y la realidad del sujeto, así como otros deseos e ideales orientados a relaciones de equidad, solidaridad, cuidado mutuo y apoyo.

Es posible ser hombre sin estar atrapado en la moral y la estética del poder. Hace falta concebir lo masculino desde otros lugares, se puede tener respeto, amor y honor sin depender del ejercicio del poder. Esta apertura puede darse si se superan los tabúes y los temores a perder privilegios sobrevalorados. Es posible si se rescatan y aceptan aquellos aspectos de la propia existencia que fueron rechazados, si reconocemos que al final no es tal el poder que creemos tener sobre las mujeres, sobre nuestro cuerpo o sobre la muerte.

Desmontar las ficciones del poder nos coloca desnudos ante nuestras carencias y necesidades insatisfechas, nos revela incompletos e inacabados, sujetos deseantes y vulnerables. Significa renunciar al goce de la ficción de superioridad, dominio y control, pero abre la puerta a un mundo más amplio de satisfacciones.

13 respuestas to “Ese oscuro objeto”

  1. Ana Emilia Mejías Infante said

    Muy interesante tu artículo sobre el origen, uso y abuso del poder patriarcal, nos muestras claramente como las relaciones de poder pueden generar malestar subjetivo tanto en el sujeto que lo ostenta como en el sujeto dominado!. Me gustaría muchísimo Antonio que nos pudieras desarrollar aún más, maneras alternativas y salidas de la posición patriarcal en lo colectivo y en lo particular. Un saludo!.

    • Gracias Ana por otro de tus valiosos aportes. Comparto tu inquietud acerca de la importancia de hablar más de las alternativas y salidas, es algo que espero retomar en próximas publicaciones. Es a la vez un tema muy ligado a la experiencia particular de cada uno y sería interesante crear oportunidades para recoger esas vivencias. En el trabajo clínico tenemos la oportunidad de acompañar a las personas en la construcción de alternativas de vida alternas al patriarcado, en muchos casos tenemos la oportunidad de percibir cómo ese cambio individual tiene incidencia en lo colectivo, crea cultura.

  2. Gloria said

    Antonio, como siempre, gracias por descubrirme tantos matices del hombre, de esa concepción ancestral de la masculinidad. Tus posts son siempre un mar de sabiduría y de honestidad objetiva. ¡Gracias!

  3. Ariadna Silva said

    Me parece interesante el planteamiento de las distintas formas en que puede expresarse la necesidad de poder. He observado también formas más sutiles de querer obtener poder, en las que una persona se mantiene muy cerca de otra con gran poder sobre otros, líderes en un campo específico, como una estrategia para sentir que se es poderoso también. Esta es una percepción que tenido, por ejemplo de mujeres que sólo se sienten atraídas por hombres que tengan poder. Se puede ver esto como un anhelo de dominar a otros pero por medio de esta persona con la que se está? Se experimenta poder pero no se ejercen directamente las acciones sobre otros.

    Por otra parte, tengo la idea de que muchos favorecen esa obtención de poder porque les resulta cómodo para que el otro «arregle» las cosas, es decir, ven a un ser que puede y quiere dominar a otros por el medio que sea y se cree que por ende puede poner orden de manera más eficaz sin que los demás deban preocuparse por contribuir a establecer dicho orden. Lo he visto mucho con padres y madres que anhelan que sus hijas que han sido rebeldes, se consigan a una pareja que «las meta por el carril» sin importar la forma cómo lo haga. Una posición que favorece el anhelo de poder del otro y su sometimiento. No se si esté en lo cierto. Saludos profesor!

    • Aprecio tu comentario y concuerdo contigo. Señalas con acierto dos situaciones comunes en las que está en juego el uso del poder encubierto o implícito y ligado a procesos inconscientes que lo sustentan. El el primer caso hay que tener en cuenta que el poder tiene un valor fálico en nuestra cultura, hay otras formas de poder, pero prevalecen en las subjetividades de hombres y mujeres las de carácter fálico. Dentro del imaginario fálico a la mujer le falta algo que el hombre tiene y el poder es una manera de darle contenido a eso, no es sólo estar atraídas por alguien con poder para sentirse ellas poderosas, es que les satisface verse al lado de ese ser dotado de poder, estar con ese que tiene el falo, ser la elegida por él. Esta dinámica lleva a muchas mujeres a sostener relaciones en las que pueden incluso ser objeto de maltrato.
      La otra situación que planteas remite por una parte al poder en el marco de las convenciones sociales y morales, se le tiene miedo a la diferencia, a lo que salga de la norma, de lo común y frente a eso una autoridad, alguien que mande y ponga orden resulta una figura tranquilizadora desde una lógica infantil de sumisión al Otro. Por otra parte esto remite al miedo que le tenemos a nuestros deseos, nuestra posibilidad de elegir y nuestra libertad, ante eso muchos encuentran tranquilizador creer en alguien omnipotente que impide que nadie se salga del carril, se someten para no ser responsables. En este asunto hay que tomar en cuenta que los seres humanos somos vulnerables a relaciones en las que se abusa del poder en parte por el prolongado período de dependencia que vivimos durante la niñez y en lo que de ella se continúa en la adolescencia.
      Gracias Ariadna por tu valioso aporte a este espacio.

  4. Argelia Chacón said

    Este ejercicio de poder también se observa en las juntas de condominio, en el directivo de los planteles educativos hacia los docentes… Sería toda una transformación social y subjetiva para dejar caer este tipo de dominio

    • Gracias Argelia por compartir tu comentario en este espacio. Es pertinente lo que planteas, el asunto del poder, su apropiación, su uso para someter a otros lo podemos encontrar en todos los ámbitos de la vida humana. El ejercicio del poder, especialmente el abusivo, se encuentra encubierto y naturalizado generalmente, es todo un avance reconocerlo allí donde se produce. El método psicoanalítico aporta además la posibilidad de develar y modificar la posición inconsciente que el sujeto asume ante el poder en todos esos ámbitos de su vida.

  5. Como siempre interesantes tus artículos y con el don de aperturar reflexiones. Considero que es una constante esa brecha que mencionas entre los ideales de dominio y la realidad del sujeto, siendo tan ficticio y difícil de sostener ese poder-objeto que el hombre sufre significativamente al no sentirse libre de mostrar y reconocer su vulnerabilidad.

    Y toda esta construcción del poder como componente de lo masculino está tan entramado en lo social, que incluso podemos encontrar mujeres que asumen una ideología y subjetividad patriarcal y masculina aferrándose a ese poder-objeto y situándose con violencia en las redes de sus relaciones.

    Toda una complejidad que nos invita a comprenderla y profundizarla, quizás para que desde nosotros mismos y las relaciones que establecemos comencemos a transformar esta ideología e imaginario.

    • Gracias Anaís por tu comentario. Es un valioso aporte tomar en cuenta la vertiente que tú señalas en cuanto a la masculinidad que puede asumir una mujer al incursionar en roles y territorios tradicionalmente asignados a los hombres. Vemos en casos así que la mujer entra en conflicto con su propia feminidad y se mimetiza con atuendos masculinos (esos mismos a los que me refiero en el artículo) para entrar como igual en relaciones patriarcales. De este modo pierde la oportunidad de crear nuevas reglas, prácticas y maneras de relacionarse desde lo femenino y así transformar realidades. Esto lo podemos ver en mujeres que se han insertado en diferentes ámbitos institucionales como las empresas, el Estado, las organizaciones políticas y comunitarias, por mencionar algunos. En ciertos casos ocurre que la mujer parte de la certidumbre-mandato inconsciente de que se necesita un hombre que mande, y si éste no aparece se presta ella, sacrificando aspectos de su feminidad, para suplir ese lugar adoptando todas las imposturas ligadas al ejercicio del poder masculino.
      Cabe recordar de pasada que lo planteado ilustra justamente que género no equivale a sexo, se puede estar en una posición masculina teniendo un sexo femenino.
      Reconocer y hablar de estos asuntos, usualmente encubiertos y silenciados, puede ser el punto de partida para emprender caminos de transformación.

  6. Gracias Antonio estoy reflexionando con tu excelente artículo; esa máscara de poder en el anhelo del ser humano(sujeto), hombre y mujer, que se niega a verse desnudo e identificar sus vacíos ha sido y sigue siendo la razón de la decadencia y descomposición de sí mismo. Que bueno sería si asumiéramos con humildad nuestra humanidad, en muchos casos además considero que se disfraza de moral, como bien lo describes, en todas las esferas donde se consagra y ejerce su dominio, excluye a los que se resisten considerándoles y denominándoles «pendejos». Además, la cultura del dominio la difunde, socialmente la fortalece con la institucionalidad, dándole carácter legal; bien sea privado o público. Definitivamente, tendríamos relaciones más justa e igualitarias si se quita la máscara del poder y se ofrece las bondades de vivir liberados de la ilusión de los privilegios, redescubrir el masculino y exaltar sus virtudes en las buenas relaciones amorosas y respetuosas es un buen comienzo. en este largo camino. PAZ.

  7. Excelente explicación…retrata la actual situación en Venezuela. agradezco tu pagina…!

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